El declive energético
Mientras ultimo este artículo, los líderes de la eurozona están a punto de reunirse para decidir el futuro del euro, lo que en buena medida quiere decir el futuro de la economía de la Unión Europea y, por las consecuencias globales que podrían derivarse, de la economía mundial. Intento ordenar mis ideas para poder hacer accesible al lector un relato coherente de cómo hemos llegado hasta aquí y para explicar que hay una crisis más profunda que afecta a los resortes últimos de la sociedad, en un ámbito en el que no solemos reparar y que, por tanto, le pasa desapercibido a la mayoría de la gente; una crisis tan grave que determina la imposibilidad permanente de volver a crecer; una limitación estructural tan profunda que, aunque su conocimiento no nos permite predecir exactamente qué haremos, sí que nos permite saber qué podremos hacer y qué no, y cómo la cuenta de lo primero —nuestras ilusiones de futuro— será cada vez más breve y la de lo segundo —los sueños perdidos— será cada vez más larga. Y lo peor de todo es que, dada nuestra cortedad de miras, al seguir ofuscándonos en el tratamiento de los síntomas de esta crisis —los problemas económicos y financieros— no somos capaces de profundizar en el diagnóstico y ver cuál es la causa última e inexorable de nuestra decadencia: las limitaciones en los recursos.
No tengo, en esencia, nada nuevo que decir para el lector que haya leído mínimamente sobre los problemas de sostenibilidad de nuestra sociedad, y la tesis central de mi discurso es burda y banal: estamos abocados a un declive (que no es futuro sino que ya ha empezado, porque hace ya al menos cinco años que comenzó a ser indisimulable) por la disminución de la disponibilidad de los recursos naturales (ya verificada en el caso de algunos y esperada en breve para el resto). Entiéndase aquí: el petróleo, el carbón, el gas natural, el uranio...; es decir, las materias primas energéticas. Pero también el oro, la plata, el plomo, el cobre, el estaño, el mercurio, etc., materias primas minerales de extendido uso industrial. Y, como corolario de todo ello, las dificultades crecientes, hasta el punto de hacerlas inviables con el modelo actual, de las energías renovables. Y es que nuestra sociedad industrial ha llegado a un punto de eficiencia tal en la explotación de los recursos que ha tramado una compleja malla de interacciones entre todos ellos, difícil de desenredar y más aún en medio de la carestía, lo que a la postre la ha vuelto más frágil en vez de robustecerla. La conclusión necesaria de todo ello es que nuestra decadencia como sociedad es no sólo completamente inevitable sino también inminente, y sólo podremos evitar consecuencias peores (el colapso) si reconocemos cuanto antes la gravedad de la situación, comenzamos a diseñar un nuevo sistema verdaderamente sostenible y, además, ponemos en marcha un plan de choque para pilotar una transición que se adivina peligrosa y cuyo éxito no está en absoluto garantizado.
Semejante conclusión es tan chocante, tan diferente de los discursos imbuidos de optimismo tecnológico que estamos acostumbrados a oír, tan extraordinaria, en suma, que necesitará de pruebas extraordinarias para ser aceptable. Y a eso voy, querido lector, a efectuar un relato pausado y detallado de todos los complejos problemas que nos aquejan y de por qué no podrán ser resueltos con las viejas estrategias que tan exitosas fueron hasta hace pocas décadas, pero que son las que nos han llevado a este callejón sin salida.
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Antonio Turiel (Instituto de Ciencias del Mar, ICM-CSIC). Publicado originalmente en Mientras Tanto, número 117 (invierno 2012), p.11-26.
